Quizá en tu barrio todo sea de color de rosa, pero en el mío
hay bandas. Son grupo de palabras que intentan causarte problemas y pueden
llegar a ser muy peligrosas. Aunque, en realidad, se nutren del desconocimiento
de la gente. En cuanto identificas a los cabecillas, dejan de ser una amenaza.
Fue mi madre la que me ayudó a desenmascarar a la primera pandilla que me
molestaba, cuando era apenas un niño. Me dijo aquello de «ahí hay un
hombre que dice ¡ay!». Como si se tratara de pura magia, se esfumó todo el
peligro. ¡Ay, sospecho que esa generación tenía menos recursos pero más
ingenio! Nunca les agradeceremos bastante sus sencillas pero eficaces técnicas
de defensa personal ortográfica.
En fin, hoy quería hacer lo mismo con la frase que te
propongo arriba. Es por una banda de delincuentes del tres al cuarto.
Discúlpame si nunca te han incordiado. Es solo por si acaso. El cabecilla es «halla», del verbo hallar. No hay que confundirlo con su chica, «aya», que suena igual pero se escribe completamente distinto. La
chavala tiene pinta de nodriza o institutriz (es lo que significa su alias).
Pero de eso nada. Aunque actúa poco, tiene su peligro. «Allá» es otro
de los miembros, un adverbio de lugar quizá menos dañino. Más que nada porque
se acentúa distinto. Aparte de que siempre se mantiene a lo lejos, como por
libre y en segundo plano. Para terminar están los gemelos: «haya» y «haya». No te confundas aunque sean como dos gotas de agua: uno es un
árbol y el otro sale del subjuntivo del verbo haber. Un problema de fachada,
como se ve. En el fondo no son tan problemáticos...
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